La liebre en la tortuga

Hola de nuevo muchachada.

Todos conocemos esa fábula de Esopo tan famosa de la liebre y la tortuga. La hemos leído de niños y la hemos visto en dibujos y cuentos. Hasta es posible que hayamos dibujado a la soberbia liebre dormida a pierna suelta a la sombra de un árbol,segura de su victoria, mientras la tortuga poquito a poco acaba ganando la carrera.

Pero los que lleváis más tiempo por aquí ya me conocéis. Me gusta darle vueltas a las cosas. Y quizá esto queda lejos de la moraleja de la fábula. Pero fue una imagen poderosa la que vino a mi cabeza.

Vamos imaginarnos una liebre no tan soberbia. Una liebre que hace su vida con tranquilidad, sin alardear de nada.

Come y duerme. Se relaciona con el resto de animales de su entorno. Llevando una vida normal de liebre.

Pero un día se despierta y se nota extraña.

Ya no tiene la soltura normal a la hora de moverse con rapidez por el sotobosque. Si detecta un depredador la huida ya no es tan fulminante como antes en que en un visto y no visto desaparecía.

Es posible que no le respondan sus patas. O qué sus patas delanteras le duelan a la hora de escarbar. Que la agudeza de su oído no sea tan fina. Que la carrera en la que cruzaba un campo en un suspiro le cause ahora un cansancio que no sabe a lo que achacar.

En su cabeza sigue siendo la liebre de siempre. Sus instintos no han cambiado. Su pensamiento sigue siendo rápido. Sus reacciones instintivas ante cualquier estímulo son las de siempre. Pero su cuerpo no responde como antes.

Esto puede quedarse así o bien ir empeorando con el tiempo.

Sus pasos se acortan. Los músculos por cada vez menos uso van cediendo y se encogen dotándole de una forma más redondeada.

Hasta es posible que la hierba que comía le cueste tragar. O bien tenga problemas para respirar como antes y necesite más tiempo para hacer lo mismo.

Esta liebre presiente un peligro pero ya no sale como una exhalación.

Pero su cabeza sigue como siempre.

Es como si hubieran cogido la esencia de la liebre y poco a poco la hubieran metido dentro de la tortuga. Poco a poco se ha convertido en una tortuga con cabeza de liebre.

En la naturaleza sabemos perfectamente cuál es el destino de esta liebre incluso en los primeros pasos de este no tan bonito cuento.

Por suerte nosotros somos liebres un poquito más avanzadas. Teóricamente al menos. Con posibilidad de adaptarnos a nuestra condición más parecida a la tortuga.

Debemos modificar comportamientos y reclamar ayuda cuando la necesitemos. Podemos apoyarnos en nuestro entorno.

Pero es natural e inevitable que nuestra cabeza de liebre siga teniendo esos pensamientos veloces. Que piense en nosotros mismos cuando éramos capaces de cruzar ese campo en un suspiro. Alzarnos y cambiar de rumbo con un solo pensamiento. Improvisar una salida porque resulta que nos ha apetecido en ese momento y no hay más que hablar.

El ejercicio de autocontrol y de aceptar la realidad modificando el entorno para poder seguir viviendo es enorme. Es diario. A veces es agotador.

Y creo que todas las liebres que pasamos por nuestra transformación en tortuga necesitamos ese tiempo para tomar conciencia de lo que tenemos. Debemos hacer una limpieza a fondo en nuestra cabeza. Nunca eliminar recuerdos que pueden traernos grandes enseñanzas y una conexión con nuestro pasado que jamás tenemos perder. Pero si conseguir esa necesaria desconexión entre esos recuerdos y la añoranza y el deseo de volver a hacer algo que por desgracia sabemos que no vamos a poder realizar.

Cuando la liebre está en la tortuga debe adoptar la actitud paciente de esta. Poco a poco se pueden hacer las cosas. Poco a poco se puede llegar a una meta aunque no sea la que en principio nos propusimos.

Aunque nos asalte el recuerdo que del punto A al punto B hace unos años llegábamos en un segundo. Sabemos que ahora nos costará más llegar. Igual necesitamos ayuda para hacerlo. O igual nuestro punto B hemos debido modificarlo para adecuarlo a nuestras actuales circunstancias.

Recordemos que en la famosa fábula de Esopo es la tortuga la que acaba ganando.

Quedémonos con eso de momento.

Pero este blog también va a hablar de esas liebres que se han transformado en tortuga demasiado rápido. O que han debido modificar tantísimo su patrón de actuación que ya prácticamente no se reconocen. Para las que incluso el ejercicio de adaptación es algo doloroso.

Recordad siempre que vuestro seguro servidor era una veloz liebre transformada en una tortuga que ni siquiera puede andar. Ni siquiera comer por sus propios medios. Que no se puede rascar si le pica.

Los síntomas desde el lado feo volverán a aparecer.

Pero la meta siempre está ahí. En el mismo sitio donde estaba o en el lugar en el que la hemos debido colocar por nuestras circunstancias. Y en nuestro trajín diario por llegar a esa meta tendremos lo que solemos llamar simplemente una vida.

Besos para todos y hasta pronto.

13 comentarios en “La liebre en la tortuga”

  1. Pingback: Nueva entrada del blog el proceso – Atuem

    1. Formamos una bonita colonia de tortugas con recuerdos de liebre. Lo importante es seguir adelante en la medida de nuestras posibilidades. Un abrazo

  2. Bien Juanjo. Me gusta mucho tu entrada de hoy. La foto me encanta. La diversidad de tus temas apetece. Aunque sea de lo mismo pero visto desde diversos ángulos. Sigue así. Un abrazo.

    1. Pues bienvenida de nuevo. No te creas que eres la única. Seguro que muchas de las tortugas que estamos aquí nos arrepentimos de no haber vivido con más intensidad nuestra época de liebre. Un beso

  3. Al final de la fábula la liebre ganó la carrera, no lo olvidemos. Cuánto hemos ganado los liebre/tortugas en aprendizaje, en cuidado, en sensibilidad, en valentía, en …. no lo olvidemos y estemos orgullosos de ello

    1. Muchas gracias Cristina. Desde un punto de vista más didáctico y menos duro pero siempre con la verdad por delante. No es lo mismo tapar las cosas que hacerlas más asequibles. Un abrazo

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